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Las horas del día

14/10/2007

Dado que el arte continua siendo (y será) una asignatura pendiente en Martorell, y a la espera de que se reabran las puertas de la galería El Setze en La Vila -ajena a intereses institucionales y demás encargos de enjundia- no queda más remedio que desplazarse hasta la Ciudad Condal y perder unas horas por la zona gótica y visitar a una jovencísima sala de arte emergente.

Justin Donlon moviéndose por puro instinto, ha escogido a tres artistas muy distintos entre sí para su ilusionante galería “Gràcia Arts Project” de la calle Sant Honorat, 11 pendiente aún de subvención. Juan Estil·las es de línea estilizada y con persistencia de azules, y muy equilibrado en la composición. De trazo espontáneo. La obra de Juan se plantea como un diario de recuerdos de días sevillanos. No hace ni un año que se estrenó en este proceloso mar revuelto que es el arte, y ya su estreno se saldó con un incendio que devastó el local entero... y con él toda su obra. Ahora vuelve al ruedo con fuerzas renovadas y una ilusión contagiosa. Apasio-nado de la copla no puede ser nunca irrespetuoso con el lado cañí de la cultura española. Por eso su universo pictórico está poblado por vírgenes lloronas, monjes cartujanos, olas mediterráneas y flamencas de volantes. Pero huyendo del kistch gratuito y tratando de hacer congeniar las formas clásicas con una particular visión más lúdica de la vida. Sus retratos -generalmente femeninos- recuerdan a veces a Lempika y a Modigliani. Pero alejados del glamour, de cuando los corazones de la noche se apagan y se recogen de nuevo entre abrazos y espejos.

 Jaume Muñoz rompe con los clasicismos y presenta un voluntario quebrantamiento de las formas. De dibujo nervioso y muy expresivo. Su obra parece hecha con líneas sin cerrar, con rostros caricaturescos pero duros. Son seres ingrávidos, filósofos de bar, fumadores de cachimbas y bebedores de té, capturados en instantáneas de pocos trazos como cuerpos (di)vagando en el aire y frases oídas al vuelo, entre luces tenues, ruido de vasos y mucho, mucho humo. Son, en definitiva, seres solitarios que hablan con las cosas a través de la melopea, que tosen para saberse vivos, que se apalancan en los rincones para guarecerse de las heridas que no se ven. Vida noctámbula, aquella que va menguando progresivamente con el número de estrellas que mueren en el cielo cada día.

Veronique San Leandro, viajera incansable y lectora contumaz, con raíces dispersas entre Francia, España y Nueva York (micromundo a escala urbana), apuesta por un arte diametralmente opuesto. Se basa en un minimalismo rothkiano lleno de sutilezas. El color responde a variables de un interior psicológico y emocional que se vuelve matérico a través de la niebla, rocosidad,  desiertos etéreos, mares embravecidos, que sin embargo se desvanecen ante la propia mirada. Así con magentas, turquesas o los tonos cálidos casi de fuego, provocan en el espectador la sensación de abrir ventanas a un paisajismo simbólico que tiene más de empático que descriptivo. Autora de una formidable obra de collages, Veronique propone con esta serie un viaje más introspectivo. La luz incidental en su pintura es sin duda la del ocaso: antes de que se difumine el final del día detrás del canto de los pájaros. Y luego, el silencio.

Ivan Sánchez
Crític d’art